“Lo que suele aprenderse es que la vida es como una enorme prosa, llena de cosas rutinarias, obligaciones pesadas que nos caen encima para no morir de hambre, y hay que aprender que la vida está hecha también para el placer, para maravillarse, para amar, para comunicar…, esto también es la vida” Edgar Morín.
La Danaide. Auguste Rodin.
El otro día, en un curso que imparto junto con mis compañeros de Equipo CEL, tuvimos la oportunidad de compartir con los asistentes dos visiones complementarias sobre las emociones.
El físico Wolfgang Pauli dijo algo así como que “ante dos modelos verosímiles de universo, elegía el más elegante”. Los dos modelos de las emociones que planteamos no son más (ni menos) que dos narrativas, ambas a mi juicio igualmente elegantes. Una, la teoría de las emociones básicas que plantea Paul Ekman y ampliamente aceptada por la comunidad científica occidental. La otra, la teoría de los cinco elementos y la medicina tradicional china.
Paul Ekman identificó a partir de sus estudios 6 emociones que están presentes en todos los seres humanos de todas las culturas desde que nacemos, y que compartimos con otras especies animales. Según su clasificación, las seis emociones básicas son la tristeza, el miedo, la ira, el asco, la sorpresa y la alegría.
Parece ser que la naturaleza nos provee de estas emociones como dispositivos que nos permiten resolver automáticamente los problemas básicos de la vida. Ante determinados estímulos, nuestro cuerpo reacciona y nos lleva a hacer cosas que tratan de garantizar nuestra supervivencia
Un alumno del curso preguntó si el amor no se consideraba una emoción básica. Según la teoría de la que hablábamos en ese momento, el amor no se incluye entre las básicas, sino que se trata de algo más elaborado, algo más procesado por áreas más “modernas” de nuestro cerebro. (Esta pregunta, sin embargo, quedó en el aire a lo largo de toda la sesión ¿cómo no iba a ser básico el amor?)
Dice Antonio Damasio que las emociones se despliegan directamente en el teatro del cuerpo, mientras que los sentimientos se despliegan en el teatro de la mente. El amor sería, pues, un sentimiento.
En una segunda parte del curso, mi compañero Juanjo Pineda planteó lo que a mi juicio es una hermosísima visión de la naturaleza, una manera de narrar la realidad en la que han habitado, y habitan, millones de seres humanos al otro lado del planeta. Haciendo un resumen muy somero, la Medicina Tradicional China establece las correspondencias de cinco elementos naturales (madera, fuego, tierra, metal y agua) con las cosas y fenómenos de la naturaleza según las particularidades de estos cinco elementos, y la teoría de los ciclos naturales plantea como algo cíclico y en constante movimiento y transformación estos cinco elementos. Así, habría cinco emociones que estarían asociadas con cada uno de los elementos y, a su vez, con cinco animales: la ira se asocia a la madera y al tigre, la alegría está asociada con el fuego y el mono, la preocupación con la tierra y el oso, la tristeza con el metal y la grulla, y el miedo con el agua y la serpiente.
Aunque solo sea como bella metáfora, la posibilidad de encontrar en nosotros las actitudes de alguno de estos animales, su corporalidad, y asociarla con las emociones que sentimos (o que deseamos sentir), puede ayudarnos a identificar y conocer mejor nuestro mundo emocional. ¿Qué pasa si adoptamos la postura y la mirada del tigre, para cambiar la ira por valentía? ¿y si nos permitimos la estabilidad del oso, transformando preocupación en seguridad? ¿puede la grulla volar cuando está triste… o necesita soltar la tristeza antes de alzar el vuelo? ¿nos sentiremos mejor al adoptar la liviandad de movimientos del mono? ¿y si decidimos permanecer en silencio, como la serpiente, y ser capaces de escuchar al miedo?…
Ante estos dos modelos, en el curso se generó un interesante debate en el que alguien llamó la atención sobre el hecho de que la mayoría de las emociones básicas descritas eran “desagradables”. Efectivamente, salvo la alegría, el resto de emociones producen sensaciones corporales displacenteras. Seguramente esto tiene mucho que ver con la supervivencia. Los seres humanos nos alejamos de aquello que nos produce “displacer”, y esto nos permite seguir vivos. Las emociones como el miedo, la ira, la tristeza, el asco y la sorpresa pretenden ayudarnos a sobrevivir. El miedo porque nos impulsa a protegernos de lo que puede dañarnos, la ira porque nos mueve a defender nuestro espacio y marcar los límites, la tristeza porque nos indica que hay que “recogerse” y cesar la actividad para elaborar una pérdida, y el asco porque nos conduce a rechazar lo que nuestro organismo no puede tolerar. La sorpresa sería algo más neutra, y nos llevaría a ponernos en alerta ante algo nuevo, de modo que todos nuestros sentidos estén preparados para detectar si es o no algo potencialmente peligroso o potencialmente beneficioso para nosotros. Pero… ¿de qué nos sirve sobrevivir si no tenemos motivos para vivir? Y ahí aparece la alegría. Sólo una. La única de las 6 emociones básicas que necesitamos alimentar de manera consciente. La búsqueda activa de estímulos que nos proporcionen alegría (felicidad), sería el motor para que deseemos seguir vivos.
Me acuerdo ahora de esta historia que leí hace unos días en un libro recién publicado por Mercè Conangla y Jaume Soler (Emociones: las razones que la razón ignora. Ed. Obelisco.)
“Una mañana llegó a las puertas de la ciudad un mercader árabe y allí se encontró con un pordiosero medio muerto de hambre. Sintió pena por él y lo socorrió dándole dos monedas de cobre.
Horas más tarde los dos hombres volvieron a coincidir cerca del mercado:
– ¿Qué has hecho con las monedas que te he dado? –le preguntó el mercader.
-Con una de ellas me he comprado pan, para tener de qué vivir; y con la otra me he comprado una rosa, para tener un para qué vivir.”
Y siguiendo en el curso, otra alumna preguntó que por qué no aparecía el Aire como uno de los elementos naturales principales. El Aire, según la MTC, equivale a la energía y lo envuelve todo. Y aunque en el modelo de los ciclos naturales no aparezca esta asociación, se me ocurre pensar que el Amor, como el Aire, es el sustrato universal, lo que lo mueve todo. La energía básica para la vida. El para qué vivir.
Si viviéramos como respiramos…