Nada de lo humano me es ajeno

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«Acostumbramos a trazar límites demasiado estrechos a nuestra personalidad. Consideramos que solamente pertenece a nuestra persona lo que reconocemos como individual y diferenciador. Pero cada uno de nosotros está constituido por la totalidad del mundo; y así como llevamos en nuestro cuerpo la trayectoria de la evolución hasta el pez y aún más allá, así llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en las almas humanas. Todos los dioses y demonios que han existido, ya sea entre los griegos, chinos o cafres, existen en nosotros como posibilidades, deseos y soluciones. Si el género humano se extinguiera con la sola excepción de un niño medianamente inteligente, sin ninguna educación, este niño volvería a descubrir el curso de todas las cosas y sabría producir de nuevo dioses, demonios, paraísos, prohibiciones, mandamientos y Viejos y Nuevos Testamentos. » Herman Hesse (en Demian)

celula

comienza

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Foto: Silvia Sánchez.

 

«Se acabó… Fatiga alegre. La vida, la vida maravillosa, con su injusticia, su gloria, su pasión, sus luchas, la vida vuelve a empezar. Hay que volver a amarlo y crearlo todo.»

A. Camus

Certezas

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De todo quedaron tres cosas:
la certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir,
la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caída un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente,
de la búsqueda… un encuentro

Fernando Pessoa

De Valor y de Precio

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Hoy, como casi cada día, he tenido la suerte de toparme de cara con la complejidad. Y  como casi cada día, no he podido evitar verme inmersa de lleno en mi propia incapacidad para explicarme algunos aspectos del mundo en el que habito… o más bien los mundos por los que tengo la fortuna de poder transitar gracias a mi trabajo. Mundos que a veces parecen tan distantes como si se tratase de esferas independientes donde viven seres extraños los unos para los otros. Mundos con membranas impermeables, que apenas interactúan entre sí.

Ayer me contaron lo que puede ganar un directivo de una multinacional importante y, aunque sorprendente, me pareció bien. Al fin y al cabo, ese directivo pone su inteligencia, su formación y su tiempo al servicio de la empresa para la que trabaja, y hace ganar probablemente mucho más a su empresa de lo que él o ella perciben. Contribuye a generar riqueza, puestos de trabajo… Supongo que ese salario puede ser, en la esfera de los mundos de las empresas, un acuerdo justo y equilibrado.

Hoy, gracias a mi trabajo, he visitado un lugar increíble. Un centro de baja exigencia para personas sin hogar. Un lugar que ofrece cobijo, alimento, cuidados médicos y apoyo psicológico y social a 130 personas que, de no existir este espacio, vivirían en la calle… y morirían allí. La directora del centro y su equipo de más de 40 profesionales cualificados, ponen su inteligencia, su formación y su tiempo al servicio de la empresa para la que trabajan… aunque lo que allí se gana no son euros. Quizás son vidas humanas, pero no euros.

Y como tengo la suerte de poder mirar dentro de estos diferentes mundos, puedo comprobar que la inteligencia, los años de formación, la capacidad de tomar decisiones, y otros muchos aspectos relativos a sus capacidades no son muy diferentes en el ejecutivo que en la directora. Uno y otra, además, ponen el mismo empeño en lograr buenos resultados. Uno y otra, además, son seres humanos con un elevado nivel de compromiso con su desarrollo y el de los equipos que gestionan. Una y otro, seguramente, invierten todas sus energías y muchísimo tiempo en su trabajo.

El salario de la directora, sin embargo, no llega al 10% del que percibe el ejecutivo. Esta es, sin duda, una diferencia de precio sorprendente, y ya no me ha parecido tan bien.

Así que ya que estaba, he mirado a ver cuál es el salario medio de un médico de la seguridad social. Y he investigado también qué tipos de contrato se hacen a los directivos de recursos de servicios sociales especializados. Y ya puesta, le he preguntado a mis amigos profesores de secundaria cuál era el precio de su trabajo en euros.

Y entonces me han asaltado estas dos palabras que, juntas, de pronto se me han revelado tan poco conectadas entre sí como los dos mundos:  VALOR y PRECIO.

Entiendo el valor que genera para un país el tejido empresarial. Y ese valor tiene un precio (el que sea, el que se le ponga, no creo que yo esté en condiciones de juzgar esto, ni me apetece). Y también entiendo el valor que genera para un país la inversión en educación, sanidad y servicios sociales. Creo que es un valor indiscutible. Creo que tiene que ver con el valor de las vidas humanas.

Por eso me sorprende tanto la diferencia de precio. Me sorprende, sobre todo, que la generación de riqueza en unos contextos donde puede generarse riqueza no redunde en una inversión equilibrada y con precio justo en el esfuerzo que hacen muchos profesionales para mejorar la calidad de vida de otras personas (su salud, su educación, su recuperación ante situaciones de dificultad…). Un directivo de un centro de servicios sociales no va a tener jamás resultados económicos directos. Un médico tampoco. Ni ninguno de los profesionales que ponen su inteligencia, formación y esfuerzo (a veces inimaginable) en mejorar la vida de otras personas. Pero son indispensables. Aunque el valor que generen sea intangible.

Y ante esta realidad me ha parecido que no somos conscientes del precio que pagamos, como sociedad en su conjunto, por no tener claro nítidamente cuál es el valor de la vida humana. Una sola. De esas con las que hoy he tenido la suerte de toparme en ese albergue, esas que me han recordado la inabordable y muchas veces incomprensible complejidad de los mundos en los que habitamos.

Y entonces tú, en su busca vendrías, a lo alto

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buceadora y galeon

Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.

Pedro Salinas

(En La voz a ti debida. Ed. Castalia. Madrid, 1987)

Intuición

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¿Qué pasaría si en vez de solamente construir nuestra vida, tuviéramos la locura o la lucidez de bailarla?

    (Roger Garaudy)

danza

El mundo danza. Nada se para, ni siquiera lo aparentemente muerto. Hasta lo que deja de vivir se transforma en otra cosa,  participando de una danza constante y sincrónica. La materia se transforma, se descompone, alimenta a otras materias que danzan. Nada se para. El movimiento es la constante en el universo en el que danzamos. Los planetas y las células de nuestro hígado. Los peatones que caminan por la calle y la savia que recorre el interior de los troncos de los árboles. Las neuronas de los cerebros de los peatones. Las células de las hojas de los árboles que hacen la fotosíntesis. 

Me pregunto cuál es el sonido que acompaña a esa danza universal en perpetuo movimiento. Si pudiéramos oírlo… qué música fascinante.

Trampas del deseo

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En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser.

William Shakespeare

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Imagen: Geles Mit

Todo es renuncia.

Elijo y pierdo todas las infinitas posibilidades alternativas a mi elección. Ahí una trampa. Todas ellas entonces pueden ser recreadas como paraísos posibles a los que he renunciado, tanto más deseables como inalcanzables sean ya, una vez cerrada la posibilidad de su encuentro.

Todos los paraísos son posibles solo en nuestra mente, ahí donde no permitimos que suceda aquello que podría afearlos. Aquí otra trampa. Creyéndolos reales, vivir instalado en el deseo de paraísos hacia los que caminar, o en el anhelo de paraísos perdidos, aquellos a los que ya se ha renunciado creyendo caminar hacia otros mejores.

Todo es renuncia.

¿Y si renunciáramos a encontrar el paraíso? Quizás en ese instante puede que aparezca aquí mismo, justo debajo de nuestros propios pies.

A un niño hay que soñarlo

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niño en blanco y negro

«A un niño hay que soñarlo, porque si bien un cuerpo es materia, no crecerá si nadie le habla. Aislado de sus semejantes, privado de proyectos, muere. Muere cuando no tiene sueños, cuando no puede fantasear un futuro. Todo niño vive en el sueño de los que quisieron que naciera, y ese niño no crece si no sueña con crecer».

(Jorge Casarella)

La voz de la poeta

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El secreto se revela al escritor mientras lo escribe y no si lo habla.  El hablar sólo dice secretos en el éxtasis, fuera del tiempo, en la poesía. La poesía es secreto hablado, que necesita escribirse para fijarse, pero no para producirse. El poeta dice con su voz la poesía, el poeta tiene siempre voz, canta dice o llora su secreto. El poeta habla, reteniendo en el decir, midiendo y creando en el decir con su voz las palabras. Se rescata de ellas sin hacerlas enmudecer, sin reducirlas al solo mundo visible, sin borrarlas del sonido. La poesía descubre con la voz el secreto.

(En “Por qué se escribe”. María Zambrano:  Revista de Occidente, tomo XLIV, p. 318, Madrid, 1934

 

La voz de Chantal Maillard recita un poema aún no publicado, que comienza contando lo que le sucedió a Nietzsche en Turín, cuando abrazó a un caballo, antes de (supuestamente) perder la razón.

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Chantal Maillard, esta tarde en el Ciclo de Poesía Contemporánea celebrado en el Palacio de Cibeles  (http://www.centrocentro.org/centro/otras_actividades)
 

Cuenta la historia y prosigue su poema. Es tan hermoso escuchar su voz que me dejo mecer por el sonido de lo que dice, y casi me pierdo esta frase que, afortunadamente, en el último instante soy capaz de apresar en mis oídos antes de que comience a desvanecerse: “Hay épocas, en efecto, en que la boca de un sabio no podría sino balbucear”.

La poeta había llegado pasando casi desapercibida  entre la gente que la esperábamos. Es pequeña, breve. Tiene unas manos hermosas que tiemblan ligeramente al sentarse frente a ese público que espera su voz. Tiene unas manos que hablan. Alguien me había dicho de su tristeza. Yo solo veo una mujer de cuerpo leve y ojos bellísimos, que ha compartido acaso tanto de sí en sus textos, que quizás la presencia de todas estas miradas sea demasiado para ella. Maillard parece no querer estar ahí en ese preciso instante, siendo interrogada y presentada a través de sus cifras (su año de nacimiento como excusa para presentar el contexto histórico en el que nace. 1951. Muere Wittgenstein, nace Maillard, y ante las preguntas del presentador del acto ella bromea aludiendo a la posibilidad de haber viajado a la India para coger el karma, el testigo de este filósofo que se ocupa del lenguaje).

Pero esa incomodidad inicial, ese temblor, comienza a diluirse cuando toma su primer texto y recita. Su voz llena entonces el aire. Cada palabra se hace cuerpo, se encarna en sonido. Cada palabra aparece desnuda en su poesía para cobrar nuevos significados.

Después del abrazo de Nietzsche al caballo que sufre, Maillard en su poema habla de las cifras del dolor, que huyen, que se convierten en espectáculo por desmesuradas… Y en la desmesura de los miles de muertos dejamos de implicarnos en ese dolor, porque “es en singular como nos implicamos, porque el dolor será siempre en singular. ¿Puede sumarse el dolor? ¿ Existe acaso “el pueblo”? ¿o “el país”?”   – se pregunta en este poema que hila con su voz de poeta, poeta que dice secretos que desean ser dichos-  “Cada uno de los seres que sufren ¿no será el mismo, infinitamente?”.

A lo largo de una hora hace un recorrido con su voz por los poemas publicados en sus libros «Husos» e «Hilos».

Chantal Maillard dice que escribe por necesidad. Que cada cuaderno es un refugio.

Probablemente así, refugiándose en uno de sus cuadernos, escribió este poema con el que cierra el encuentro.

Ser pájaro.
Cual considerando.
Andar desnudo. Las heridas
cauterizadas por el aire.
Entre las plumas, disimuladas.
Cuerpo sin carga, movimiento.
Ser de vuelo. Ser

pájaro. Tener por límite tan sólo
la helada imprevista o la bala o

el ansia de la carne
por otra carne ajena…

Presagiando la urgencia de
las migraciones, Cual.

Aleteo.
Un rumor
de horizonte en el pulso
batiendo.

(de «Hilos» Tusquets Editores. 2007)

 
 
 

El sol de la tarde entra por los ventanales de la Capilla del Palacio de Cibeles. La voz de la poeta penetra en los cerebros y en los ojos y en la piel de los presentes. La luz y la voz de la poeta. Un privilegio esta tarde de jueves en Madrid.

hortensias blancas

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A veces el deseo de belleza
es mucho más fuerte que el miedo a saltar

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Imagen: Saúl Landell

Cuando le pregunté por qué su casa estaba siempre llena de esas maravillosas hortensias blancas, me contó la siguiente historia:

«Mi desmesurada afición por los abismos viene de muy antiguo. Tenía entonces apenas dos pequeños brotes en la espalda, casi imperceptibles. Caminaba al filo, mirando de reojo aquel infinito de oscuridad desconocida a mis pies cuando, de pronto, resbalé hacia el lado donde ya no había suelo.

Transitar aquél abismo fue durísimo , los brotes de mi espalda aun no me servían para volar y mis ojos todavía no sabían de la oscuridad,  pero… en él fue donde encontré mi primera hortensia blanca. Y aunque en esa época no conocía los riesgos que entrañaba el salto al vacío… hasta que encontré aquella flor tampoco sabía hasta qué punto puede existir la belleza.

Hoy mi casa está llena de hortensias, una por cada abismo que he transitado.

Es verdad que cada vez mis alas son más diestras, pero también es cierto que nunca sé cuál va a ser la profundidad del nuevo abismo, ni en qué momento me invadirá la completa oscuridad  y, al dar el salto, nunca conozco el lugar donde crece la hortensia. Aún así, el deseo de encontrarla es mucho más fuerte que el vértigo y el miedo que me produce ese infinito desconocido. Y gracias a ese deseo, el de encontrar la belleza escondida en cada abismo… sigo aprendiendo a volar«.

Miré alrededor, dejándome embriagar por el aroma que invadía su casa. Me pregunté cuántos abismos habría transitado. Entonces me di cuenta de que en todas las habitaciones, en cada rincón, había todavía un sinfín de jarrones… aún vacíos.