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Mas ahora decidme, hermanos míos: ¿qué es capaz de hacer el niño, que ni siquiera el león haya podido hacer? ¿Para qué, pues habría de convertirse en niño el león carnicero? Sí, hermanos míos, para el juego divino del crear se necesita un santo decir “sí”: el espíritu lucha ahora por su voluntad propia, el que se retiró del mundo conquista ahora su mundo.
(F. Nietzsche, en “Así habló Zaratustra”).

Leía el pasado sábado un artículo en prensa en el que el autor se preguntaba ¿Dónde está la gran filosofía? (Javier Gomá Lanzón. El País. 16/03/2013)

Me gustó el artículo, y sobre todo me gustó la pregunta. Enseguida pensé en lo absolutamente necesario que me estaba resultando ahora rescatar los grandes ventanales al infinito que me abre el pensamiento (sin límites) de algunos filósofos. Dice Gomá en su artículo que La misión de la filosofía desde sus orígenes ha sido proponer un ideal. La gran filosofía es ciencia del ideal: ideal de conocimiento exacto de la realidad, de sociedad justa, de belleza, de individuo.

Y me acordaba de Nietzsche, cuyo pensamiento me rompe siempre las estructuras en las que inevitablemente tiendo a acomodarme. La vida, la vitalidad, la necesidad de ser lo máximo que podemos llegar a ser, la necesidad de despertar y crear… Esa idea de “superhombre” (traduzco inmediatamente a “super-serhumano” para sentirme incluida), de trascender al “camello” y al “león” para ser “niño”, niño que dice un sí radical a la vida, y deja que su creatividad le lleve a transformar su mundo.

Hace poco leía también con absoluto placer estético la novela que acaba de publicar el filósofo David López, una re-creación de su novela “El filósofo del Martillo” ya editada en 2001 por  Planeta.

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En el “Nuevo Filósofo del Martillo”  la vida supera al tiempo. La ficción poética de sus páginas, en las que se desarrolla una historia de amor con una sorprendente trama, se impregna en cada línea de la búsqueda de la verdad y el sí a la vida de Nietzsche. Y en el trasfondo, detrás y delante de todo, está presente siempre el pensamiento del filósofo del martillo, dinamita para nuestros cerebros que están deseando que la filosofía les abra las ventanas para dejar que el aire corra por sus neuronas.

La protagonista de esta historia, una filósofa por muchos motivos “atemporal”, ama tanto la vida que es capaz de arriesgarla por amor. Porque la vida le vale solo si puede vivirla en plenitud, despierta. Y a lo largo de su viaje para salvar ese amor nos vamos empapando de la vitalidad nietzscheana, que nos remite a la vida vivida con intensidad, a la necesidad de cuestionar lo conocido para buscar ese ideal que surge cuando los seres humanos nos permitimos pensar más allá de nuestros propios muros. Cuando nos atrevemos a arriesgar lo conocido para ser mejores, a asumir el dolor, el esfuerzo y el riesgo que supone dejar aquello que nos da seguridad para asumir la responsabilidad de nuestra propia vida.

Quién sabe, quizás en la “filosofía a lo grande”, la de los filósofos que se atrevieron a pensar su propio pensamiento y a cuestionar con mayúsculas, los que se atrevieron a pensar un ideal universal más allá del análisis y descripción de “lo que hay”, podamos hallar respuestas sorprendentes a los interrogantes de hoy… o quizás nuevas preguntas que nos lleven a crear nuevas posibilidades más habitables y mucho más bellas.