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Alicia en el País de las Maravillas, Ecología Emocional, Límites, Misterio, Muchedad, Silencio, Soledad, Vínculo
“Canta el ave aunque la rama cruja, porque sabe de sus alas”
En una escena de la versión de Tim Burton de Alicia en el País de las Maravillas, el Sombrerero le dice a Alicia: “Antes eras mucho mucho más… “muchísimo” ahí adentro. ¡has perdido tu muchedad!”
Has perdido tu muchedad….
El Sombrerero conoció a Alicia cuando era una niña, la primera vez que resbaló hasta el país de las Maravillas. Ahí Alicia todavía tenía su muchedad. Luego, en su segundo viaje, la Alicia casi adulta ya no era la misma.
Muchas veces, cuando tengo la oportunidad de vislumbrar la muchedad que hay en las personas con las que me encuentro, cuando puedo detenerme a conversar con calma, cuando observo lo que somos capaces de hacer, me acuerdo de esta frase del Sombrerero. ¿Cómo es posible que a veces perdamos nuestra muchedad, que no la veamos, que no la mostremos…?
Porque los seres humanos somos mucho, muchísimo, ahí adentro.
Pero parece que no basta con tenerla, sino que es necesario ser conscientes de ella y, sobre todo, cultivarla. Se me ocurre pensar que un secreto para mantener (y hacer crecer) lo mucho que somos “ahí adentro” tiene que ver con el respeto y el cuidado de algunos espacios interiores que a veces olvidamos. Hay territorios que han de abonarse. Cuidarse. Cultivarse. De no hacerlo, nos vamos haciendo poco, poco, hasta casi desaparecer. Para recuperar la muchedad (para tenerla, para agrandarla) es necesario cultivar con cuidado espacios como la Intimidad, la Soledad, el Silencio y el Misterio, además de celebrar los Vínculos con los otros.
La intimidad, el espacio personal, aquél que no tenemos por qué compartir si no lo deseamos. El rincón propio, ordenado (o desordenado) a nuestro gusto, decorado con los recuerdos que nos hacen bien, con las imágenes que deseemos revisitar, con los encuentros pasados o por venir, con nuestras músicas, con los olores que evocan en nosotros emociones confortables. Ese rincón de nuestra casa interior al que podemos dejar pasar a quien nosotros deseemos, cuando nosotros queramos, o que podemos mantener sólo para estar nosotros, ahí, en soledad.
A veces, perdemos incluso la conciencia de la necesidad de intimidad. Otras, nos sentimos obligados a compartirlo todo, como si en ello hubiera más verdad. Pero respetar nuestro rincón de intimidad no significa que ocultemos nada, simplemente… que hay espacios que no necesitan estar a la luz, para así poder aportarnos luz y hacer que podamos aportarla a los demás.
La soledad. Estar solos para poder mirar desde el silencio. Para poder tener calma. Para poder callar. Para leer, para pensar, para cultivar un huerto, para pasear, para cerrar los ojos, para soñar, para recordar, para respirar, para… estar. Estar solos y cultivar la soledad como un valor nos permite establecer vínculos con otros desde la autonomía y el respeto. Desde el deseo de estar con el otro, más que desde la necesidad del otro. Cultivar la soledad es cultivar la libertad de elegir con quien queremos compartir nuestros espacios, nuestros tiempos y nuestra vida.
El silencio. No simplemente el estar callados, sino estar en silencio. El silencio por dentro. Poder callar los gritos o los susurros de nuestro propio pensamiento. Conectar desde el silencio con el presente absoluto. Silencio para escuchar lo que ocurre fuera. Silencio para escuchar lo que ocurre dentro. Silencio para escuchar a quien está frente a nosotros, a nuestro lado. Silencio para acompañar a otros con nuestra presencia. Y silencio para crear. Silencio como lienzo en blanco sobre el que dibujar nuevos paisajes.
El misterio.
Ayer, mi hijo de 5 años volvió a sorprenderme con su manera de observar el mundo. Íbamos en el coche y la carretera se llenó de niebla, y de pronto me dijo: “mira mamá, qué de niebla. Es como un misterio. Me gustaría saber qué hay detrás de la niebla. A mí me encantan los misterios”. Me dio la risa, y se me saltaron las lágrimas de la emoción. Tan pequeño, con su vocecita, diciéndome lo que para mí es una clave para vivir. La niebla es una oportunidad para explorar lo que hay más allá. Buscar lo no sabido, lo no conocido, y celebrar la posibilidad de la búsqueda, del descubrimiento.
Sólo hay respeto por el otro (por los otros, por lo de afuera) si sabemos aceptar, como una riqueza, el misterio que suponen para nosotros. Aceptar y disfrutar el misterio es permitir que la vida nos sorprenda. Cuando necesitamos conocerlo todo… necesitamos controlarlo todo. Pero todo no se puede controlar, ni todo se puede conocer. A veces ocurre que no es fácil sostener la tensión entre el deseo de conocimiento, y la aceptación de que no podemos conocerlo todo. Pero no sostener esa tensión significará perdernos la posibilidad de cambiar, e impedir a otros la posibilidad de cambio. Aceptar el misterio, la posibilidad de lo imprevisible, desde la confianza de que sabremos “improvisar” ante lo nuevo que viene, nos permite vivir sin hacer fósiles a nuestro alrededor. Sin fosilizarnos nosotros mismos. Permitir la imprevisibilidad del otro, e incluso… la nuestra.
Establecer los límites. No significa poner barreras, no significa levantar muros infranqueables entre nosotros y los otros. Simplemente es ser generosos con nuestros espacios para aprender así a respetar los de los demás. En la medida en que yo soy capaz de definir y respetar mis límites, seré también capaz de admitir que los demás pongan los suyos, puedan decirme que no… o que sí, sin que ello suponga una barrera. Tener puertas y ventanas en nuestra casa interior, que orienten a los otros de por dónde pueden entrar, de cuándo es necesario llamar, de hasta dónde es posible acceder. Tener puertas y ventanas que nos permitan a nosotros tener claro el espacio que contiene nuestra “muchedad”, para alimentarla y hacerla crecer.
Y… celebrar el encuentro con el otro. Celebrar los vínculos. Somos con y en los otros. Cada encuentro es un acontecimiento, una celebración, un descubrimiento que permite trascenderse a uno mismo para ser transformado por otro legítimo diferente. Cuando nos encontramos nos redibujamos. En el proceso de descubrir al otro nos descubrimos, seguimos trazando camino, pero no distinto, pues no había caminos antes del encuentro. Todo es encuentro. Con cada encuentro, caminamos.
Volviendo al País de las Maravillas, Alicia va recuperando su muchedad y al final logra enfrentarse y vencer al Galimatazo, un dragón temible que a través del miedo mantenía el reinado de la malvada Reina Roja. Cuando Alicia vence al dragón… la Reina Blanca recupera su corona.
Igual que Alicia, si cultivamos nuestro “muchísimo ahí adentro”, nos será más sencillo hacer frente a nuestros propios dragones, como el miedo a ser inadecuados, a no poder, a no saber… las creencias sobre nosotros mismos y el mundo que nos hacen poco, pequeños, que nos limitan y nos restan muchedad. Dragones feroces a los que es mucho más fácil “entrenar” o vencer si somos conscientes de nuestro propio valor, cultivado a través del respeto a esos espacios a proteger. Y allí donde no hay miedo… aparece la confianza en nuestra propia muchedad, y la de los demás.
Porque somos mucho mucho muchísimo… ahí adentro.